La inexplicable renuncia incondicional al Torneo
de Candidatos que se celebraba para determinar el retador al campeón del mundo
de ajedrez, por parte de uno de los jugadores favoritos, constituyó durante un
tiempo uno de los casos que asombró a la comunidad deportiva ajedrecística y a
la opinión pública mundial.
Hubo muchas especulaciones cuando argumentó
una indisposición pasajera. En realidad, y a pesar del inmenso acoso
periodístico que sufrió, nunca dio una respuesta precisa a nadie sobre cual
había sido el motivo que había originado la decisión de aquella renuncia.
Había concurrido con
muchas esperanzas a la sede del país donde se jugaba el evento en la que
participarían los ocho finalistas de diversos países del mundo. Con sus
veinticinco años, pensaba que si ganaba este torneo, acariciaría todo lo que se
propuso desde su adolescencia.
Llegó al edificio
del centro de convenciones donde se celebraba el evento con cierta anticipación
como lo hacía siempre, dispuesto a aclimatarse al ambiente de la sala donde se
efectuaría la rueda inicial.
Él sabía muy bien
que la diferencia entre un gran maestro internacional de ajedrez y un campeón
mundial, es que debía conseguir ese logro a la hora de la verdad, cuando el
título estaba en juego. Tenía que vencer en ese certamen para poder disputar el
mach por el campeonato del mundo. Esa era su oportunidad y reiteradamente esas
palabras le martilleaban en la cabeza.
Recordaba las
consignas de su asistente ajedrecístico en la soledad de los entrenamientos y
la utilización de los programas de ajedrez de su computadora, para decidir la
línea a seguir en el torneo analizando a los distintos rivales. Estaba frente a
la oportunidad de su vida, que lo consagraría como el desafiante al campeón mundial,
y en caso de vencerlo, se le abrirían las puertas a la gloria ajedrecística y al reconocimiento histórico.
Todo comenzó cuando
tenía catorce años y en una competición escolar en la que participaba, se
acercó un jugador experimentado y comenzó a observar una partida de ajedrez que
estaba jugando. Cuando ganó con un sacrificio de dama espectacular, le dijo:
- ¡Muchacho, tú tienes un futuro en esto! Esa frase le cambió la vida.
- ¿Quién te ha
enseñado a jugar así? , le preguntó el jugador.
- Nadie, fue su
respuesta.
Así fue, que con el
consentimiento de sus padres, comenzó a tomar clases con un profesor de
ajedrez. Era tal la naturalidad que mostraba en las jugadas, que al profesor le
llamó sumamente la atención el método y estilo propio que empleaba. Todas las
clases terminaban con una jugada magistral propuesta por el niño prodigio.
Tanta pasión e
intuición natural por el ajedrez le marcaron la vida, pero eso no alcanzaba,
porque debía complementarla con una preparación teórica profunda. Finalmente,
decidió estudiar metódicamente las distintas variantes de aperturas, medio
juego y finales, con intensidad y dedicación. Fueron horas y horas de esfuerzo
y de estudio, que asumió con mucha perseverancia.
Observaba y
disfrutaba de su progreso, lenta y paulatinamente, suficiente como para
reforzar su ambición y capacidad de juego. Fue así que ganó casi todos los
torneos que participó. Primero los del club de su barrio, después los de la
ciudad en que vivía y finalmente consiguió el campeonato de su país. Luego
incursionó en el ámbito mundial, otorgándosele por su trayectoria, el título de
gran maestro internacional de ajedrez.
Por último, logró
alcanzar la clasificación para ese Torneo de Candidatos que seleccionaría al
retador del título y ello lo sumió en la felicidad. Sus rivales no sólo le
expresaron su felicitación, sino que le manifestaron su admiración por su juego,
realizado con belleza artística y precisión científica. Estaban casi seguros
que ganaría el torneo y sería el próximo retador del campeón mundial.
El sabía que la
obtención del título no era cuestión de sus cualidades innatas, ni mucho menos.
Se trataba del resultado logrado en base a una labor de empeño, de obsesión por
ser el mejor y de muchas horas de trabajo y análisis.
Cuando hizo su temprana
aparición en el recinto acondicionado de la sala donde se celebrarían las partidas de ese torneo
mundial, el silencio fue roto por el murmullo de los espectadores al ver entrar
al favorito. Saludó a la gente y se sentó en el lugar asignado con las piezas
negras, en uno de los cuatro tableros que había en el escenario, esperando de
esa manera relajar completamente su mente antes que concurriera su rival. Era
la hora de la verdad y debía estar sereno… Había mucho en juego.
Sin embargo, mientras
esperaba a su contrincante, comenzó a pensar insistentemente en su país, en su
ciudad natal, en sus padres, en sus hermanos y en su familia, que estarían
pendientes de él. Por su mente comenzó a circular como un carrusel los nombres
de, Capablanca, Alekhine, Botvinnik, Tal, Petrosian, Fischer, Spasski, Karpov,
Kasparov…y poco a poco, le fue apareciendo una extraña ansiedad que lo fue poniendo
sumamente nervioso.
Apenas quedaban
unos segundos para el tiempo fijado de inicio y ya había comenzado a sentir como
una especie de embotamiento en su cerebro. De pronto hizo su aparición su
rival, quien lo saludó amablemente y se sentó, y luego con blancas hizo su
primer movimiento accionado el reloj, para comenzar la primera partida del certamen
clasificatorio.
El ya iba a
contestar cuando de pronto, notó con desesperación que la confianza en si mismo
que siempre había tenido, se le había desvaneciendo como por un encanto. Repentinamente,
una sensación de temor invadió a su mente, mientras veía con impotencia como avanzaba
su reloj. Sentía claramente que ahora no era el mismo, que necesitaba
imperiosamente esa ayuda…
En los últimos
meses de entrenamiento, había sentido un decaimiento en su voluntad y para
mejorar su rendimiento tomó la decisión de aprender yoga, con lo que aumentó de
forma considerable su capacidad de concentración.
Pero realmente el
hecho que lo convulsionó, fue cuando apareció aquella persona que se había
contactado con él, recomendado por su asistente. Le había explicado que la
verdadera solución a su decaimiento, era la ingestión de unas pastillas con
unas drogas estimulantes revolucionarias, que había preparado experimentalmente
y que aún no eran conocidas en el mundo.
Él no le había dado
mucha importancia, pero evidentemente las razones de su progreso en dos últimos
meses, fueron por tomar periódicamente aquellas pastillas amarillas insípidas. Ese
estímulo durante aquellos últimos meses de entrenamiento, había logrado aumentar
su concentración y disminuir su fatiga mental en forma considerable.
En ese momento, desesperado
frente al tablero en medio de ese repentino estupor mental que lo carcomía, comprendió
que necesitaba urgentemente esa pastilla y buscó desesperadamente con sus manos
hasta alcanzar esa caja que tenía en el bolsillo de su saco. Luego se paró y ante
la incredulidad de su rival que esperaba su inmediata respuesta, se dirigió rápidamente
hacia el baño, mientras sobre la mesa de juego su reloj seguía avanzando.
Cuando entró, echó
un vistazo a la imagen que se reflejaba en el espejo, de un hombre joven, de
cabello negro revuelto, con un rostro desencajado y mirada ansiosa.
Fue allí, que
repentinamente comprendió cual era su triste y verdadera realidad. Lamentablemente se había constituido en un
ser dependiente de esa droga y en esos momentos tenía que tomar sí o sí esas
partillas para poder jugar.
Permaneció
inmóvil observando su figura, tratando
de postergar la ingesta de la pastilla que ya tenía en su mano. Sabía que en
ese torneo no habría control de doping y no pasaría nada si la tomaba. Sin
embargo, en su conciencia había remordimiento y danzaban las preguntas:
- ¿Llegaría a estar
satisfecho consigo mismo si ganaba? - ¿Valoraría
el triunfo como si fuera producto de su propio esfuerzo?
Allí fue, cuando sus
ansias de gloria fueron desapareciendo y tomaron un sabor amargo, que sólo él
apreciaba. Un largo suspiro puso fin a sus cavilaciones. En esa noche algo se
había quebrado en su interior. Se le había apagado el fuego sagrado, la llama
votiva. El motor que lo movilizaba había dejado de funcionar. Ya no era más que
una cáscara, una fachada que escondía toda la angustia que había dentro de él.
Sus ojos vagaron con
desesperación por última vez al espejo y entonces decidió lo que debía hacer
ante esa categórica verdad. Arrojó la caja con la pastilla con todas sus
fuerzas en el inodoro y apretó el botón para no ver esa droga nunca más. Luego,
algo más calmado, salió del baño resuelto, detuvo su reloj y le dio la mano a
su contrincante abandonando la partida, argumentando una indisposición, ante la
incertidumbre general de todos los presentes.
Aprovechando la
sorpresa y el revuelo que había
provocado, logró escabullirse rápidamente de la sala de convenciones y salió
precipitadamente a la calle. Y desde
aquel momento, a pesar del sopor en que se encontraba, sintió su conciencia tranquila.
Acababa de adoptar con valentía una de las actitudes más bellas que ennoblecen al
ser humano, que es la honestidad.
Varias personas
circulaban indiferentes y no podía dejar de pensar, mientras se dirigía
caminando algo mareado a su hotel, que posiblemente detrás de cada uno de ellos
también se escondería alguna historia, o alguna quimera irrealizable.
- “Después de todo
todavía soy joven, tengo la vida por delante” -, se dijo, aferrándose a una frase
que comenzaba a repicar en sus oídos. Era cierto que le quedaban muchos años
por vivir, pero no atinaba a establecer si eso era bueno o malo porque debería
luchar denodadamente para vencer a ese sopor que ahora lo rodeaba, ansiando tomar nuevamente aquellas pastillas.
A fin de cuentas,
la vida por delante podía ser un largo tormento después de ver sus ilusiones
hechas añicos, esparcidas sobre las piezas de aquel tablero, en aquella aciaga
noche de la primera partida del certamen.
Anhelaba no vivir
preguntándose cada tanto hasta donde hubiera llegado, si las cosas hubieran
sido de otra manera. Tal vez en el futuro la herida de su alma por la pérdida
de esa partida terminaría por sanar. Deseaba ser capaz de volver a pisar un
salón de ajedrez con la frente alta y
jugar una nueva partida sin ningún remordimiento espurio que se le anudara la
garganta, sin que las imágenes de aquella noche acudieran otra vez a su
memoria.
Sabía que debería enfrentar
esa nueva lucha cargando una pesada mochila sobre sus espaldas, pero tenía la
firme determinación de seguir adelante, con el propósito de reencontrar sus
ganas de jugar en algún paraje solitario del camino.
Luego, al otro día,
les comunicó a los organizadores que se retiraba del torneo, ante el estupor general
de los aficionados al ajedrez de todo el mundo, de su familia y de su país en
particular.
Pero por suerte
esos sueños que se apagaron en esa noche, esperaban por un nuevo día. Esperaban
por un mañana. Y en esa trama de lucha y tiempo, renació nuevamente en él su gran
capacidad de lucha y resurgió de las sombras, por su propia iniciativa.
Para ello, logró por
sí mismo eliminar con mucha fuerza de voluntad y perseverancia esos incentivos
extraños, para continuar con la actividad. Poco a poco, fue volviendo del
profundo letargo en que se encontraba sumergido y volvió a recuperar la
confianza en si mismo que había perdido y otra vez volvió a ingresar en el
mundo de la realidad.
Finalmente, pudo
clasificarse nuevamente al siguiente Torneo de Candidatos para determinar el
retador al título. El destino le había concedido una segunda oportunidad y con
el espíritu recuperado y la inmensa fortaleza de su voluntad, esta vez no la
desaprovecharía…